Alguien por ahí

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Eli Rodríguez-Un grito histórico-microrrelato

      

 

      Un 7 de setiembre, una muchachita del Cerro se casaba con el trabajador más negro que había visto en su vida. Las primas de él la llevaron a la peluquería, le pintaron las uñas y en una caja forrada entre algodones le regalaron un viso de puntilla en blanco para la noche de bodas. Entonces, hubo fiesta en una casa grande con música que salía de un tocadiscos de un mueble inmenso, donde el dueño de la casa guardaba casi toda la colección de Ray Charles, así como los discos de Pedrito Ferreira con la Cubanacan. Algunas tías del casamentero estaban en la cocina y desde allí, bichoneaban como se iba desarrollando el baile, para ver cual era el mejor momento para salir con las bandejas de comida casera y bebidas.      

     A Pocho y Teresita los sentaron en un sillón, así como si fuera una sala de naciones, como si fueran unos reyes. Teresita se asombraba de toda esta demostración y entre risas y gritos, si bien ella no había vivido ninguna fiesta, le pareció muy bueno que sus hijas, hoy o mañana, crecieran con esa alegría. La familia de ella, casi no estaba presente, algún hermano y poco más. Ella había llevado al civil un trajecito rosa y para la fiesta se había puesto un calipso verdoso, que estaba de moda. Pocho estaba de traje azul, corbata roja y una flor en la solapa que daba casi en el pecho. 

     El hermano de crianza de Teresita, Horacio, la había acompañado. Era un negrito bandido y estaba contento porque una negrita bajita bailó con él, toda la noche, y esto lo asombró, ya que no tenía mucha suerte en los bailes. Unos días antes, el abuelo, Luis, le había dado un dinero a Pocho para que contratara a un fotógrafo. La idea era que quedara un recuerdo. Eso lo escuché, no una semana antes, sino unas dos semanas, pero Pocho alquiló una casita a orillas del Río Santa Lucía. Teresita, nunca había paseado a una casa diferente, jamás. En Santa Lucía estuvieron una noche y fueron al medio día a comer unos ravioles. En la familia de Pocho ningún hombre se había casado, para él era como recibirse de un posgrado, más o menos. 

     Era el primer hombre de su familia que lo lograba, tendrían su tribu, la de ellos. Aunque iban a vivir en una pieza, había una esperanza en la casa grande que le había prestado su primo, que en su momento era el campeón sudamericano de boxeo, Eulogio Caballero. Ese casamiento era como una piña al futuro. Era como un grito alborotado. Sí, un Grito de Ipiranga, una liberación, un deseo de amor entre un negro y una blanca por los años sesenta, que aunque sin fotos y ya fallecido Pocho, Teresita, nos contó riéndose.

No hay comentarios:

Publicar un comentario