Alguien por ahí

domingo, 17 de diciembre de 2023

Eli Rodríguez-Microrrelato-Palenqueras


 Palenqueras

Corrimos por la costa de nuestro Este colombiano porque había que ir a Cali, a pesar de la pandemia. Habían matado a Chico. Chico era el primo con mayor coraje. Cuando teníamos que desplazarnos, se adelantaba y señalaba donde tendríamos buen terreno para las semillas. Siempre le acertaba. Tenía ese don. Las semillas las llevaba nuestra querida Amanda, nuestra Mayora. Ella hacía sonidos con la bolsa de semillas que desde el delantal se deslizaban al suelo. Nos hizo todas las curaciones que realizaba a los niños marcando una cruz en la cabeza y a su vez hacía canciones para que la tierra sea prodigiosa.

En la costa el invierno era bravío. Tenía olas porfiadas que golpeaban el alma de nuestras casas, nos hacía recordar al otro lado africano, desde donde vinieron nuestros ancestros. Este era un lugar reservado para escapar de la esclavitud. Un lugar palenquero. Entonces comprendí que nuestro pueblo estaba destinado a la libertad.

Cuando nació Chico, Amanda había puesto las manos sobre todo su cuerpo y lo presentó a la Luna. Yo era pequeño y con los primos lo cubrimos de hojas a él y a la tía que fue cubriendo su cuerpo de hierbas.  
Cuando corría, corría. Corría Chico como si la selva fuese de él, pero lo que nunca esperamos fue que moviéndose entre las ramas, en medio de risas, gritos y algunas semillas le pegaran un tiro. Cayó como abrazando la tierra. Por eso fuimos a Cali. Nos dijeron que éramos irresponsables por pedir justicia para el primo Chico. Nos acusaron de querer contaminar y contagiar cuando en realidad íbamos a pedir para que llevaran preso al que mató a nuestro primo. Nosotros lo conocemos porque dos por tres venía a amenazarnos con armas y  perros. Se llevaba comida. Hasta se llegó a llevar el dendé y la fariña de nuestro templo

Desde muy chicos nos tenemos que mover y hacia donde vamos tenemos que plantar. A machete vamos abriendo caminos. Así somos desde que yo me acuerdo y ahora con mis 12 años lo seguimos haciendo.
Cuando llegamos a Cali nos tiraron gas pimienta. Yo corrí calle abajo siguiendo el color de la pollera de mi madre, pero al mismo tiempo sentí que no nos defendimos como debiéramos. Me acordé de mi primo que por correr y gritar se llevó aquel tiro. Eso me asustó, pero duró unos segundos porque les decíamos a los militares que:  “Venimos por la vida de Chico. Nosotros sabemos quién” y lo mató. Veía a las mujeres correr y gritarles y corrí y corrimos. Me entreparaba y gritábamos y cantábamos y otra vez seguíamos corriendo. Estábamos poseídos por la indignación y cantamos la canción a Chico:


Hoy a Chico lo mataron
junto a la par de la tierra
y tenemos las semillas
pa' plantar en nuevas tierras
hoy a Chico lo queremos
junto al mar y la marea
porque vivimos al mar
moviendo la hierba buena
siempre vamos todos juntos
no queremos esta guerra
hoy a Chico lo mataron
con semillas de su tierra
por eso cuando nos crecen
tomillo, salvia y menta
este niño va en nosotros
anunciando tierra nueva.

Luego llegamos a casa. Sin respuesta. Mi madre y las tías siguieron mejorando el lugar que habían levantado para la cocina, nosotros nos fuimos a dormir. Ellas se quedaron en los jardines de la selva. Dormimos tranquilos. Soñábamos con el aroma del maíz torrado y los gajos de coco. Me pregunté por qué no les prendimos fuego en esta oportunidad.  Sentí la memoria ancestral, que se repetía y la deletreaba una y otra vez, y la volvía a deletrear y alargar “annnn cessss tral, an ces tral, ances traaal” junto a una caravana de chivos y palomas que llevaban una munición de semillas para estas tierras.